Lo ocurrido en la Madrugá sevillana de esta Semana Santa 2017 refleja algunas de las características y tensiones de esta sociedad posmoderna en la que vivimos y sobre las que creo que debemos reflexionar, desde la frialdad de los días ya pasados y desde mi incredulidad personal de que lo ocurrido se vaya apagando, una vez se ha culpado a tres delincuentes habituales de poca monta. Cuatro aspectos me llaman la atención.
- El divorcio admitido entre la sociedad oficial y la real.
- La incapacidad de trascender del enriquecimiento económico como garante de una supuesta libertad.
- La pérdida de valores y la conversión de la Religión y la Espiritualidad en una pura excusa mercantilista.
- La incapacidad de los medios de comunicación de salirse del control de los poderes que les alimentan y, por lo tanto, convertirse en cómplices de una realidad inventada
1.- ¿Qué es la Madrugá? ¿Una excusa para salir a la calle y romper los esquemas habituales de la vida que llevamos o una manifestación de Espiritualidad y de Religiosidad que nos lleva a salir a la calle a demostrar recogimiento y devoción en fechas tan señaladas? ¿Salimos a la calle a ver nuestras cofradías preferidas o, por el contrario, como los Pasos están en la calle vamos a quedar y echamos un buen rato aprovechando el tiempo casi veraniego? Lo fácil es decir: «las dos cosas» y podría ser suficiente. Pero a esta alturas de la vida, no. Rotundamente, no.
Creo que hay una sociedad sevillana que admite como dogma que la Semana Santa es recogimiento y devoción y que, en buena lógica, eso no significa no socializarse en noche tan especial, pero desde luego nada de sacar la silla y la mesa y prepararse como si estuviéramos en Chipiona o en Punta Umbría mientas pasa la cofradía y una legión de orientales venden unas sillas de emergencia en las que aposentarnos un buen rato. Hay una Sevilla inmóvil ante estos pareceres. La misma que ha ocupado el nivel de la Sevilla Oficial y de la Sevilla Mediática, de modo que todo cuanto sobresalga de esta visión inicial es visto como un ataque. Esta Sevilla es la misma que se retroalimenta continuamente, de modo que los periodistas utilizan una y otra vez el lenguaje de la expansión colorista y el devoto presente, mientras las cámaras nos enseñan caras y más caras mirando el rostro de unas imágenes bellísimas de las que solo podemos disfrutar una vez al año. Somos los mejores.
Esa no es toda la realidad. La sociedad ha evolucionado hacia un pragmatismo que, en modo alguno, se identifica con esa visión ideal de la Sevilla Oficial, nos guste o no nos guste. A fuerza de un día a día donde se sobrevive a base de resistir y resistir, con gobiernos que recortan derechos y ponen por delante Seguridad a Libertad, se ha conformado un «saber estar» social que, además, se ve reforzado por un sistema educativo en crisis y unos medios de comunicación dedicados al infoespectáculo. Como consecuencia de todo ello, la población, sin saberlo, es una superviviente que no tiene entre sus prioridades ni la Devoción ni la Espiritualidad, porque ya no hay sitio para ello.
La incapacidad de trascender del enriquecimiento económico como garante de una supuesta libertad
La segunda cuestión igualmente importante es entender que, si todo se pone de parte de la obtención de resultados económicos óptimos gracias al turismo, lo básico también se degrada. La ciudad queda «sellada» para los que pasan por caja, cuando hay muchos que no se lo pueden permitir y tienen y exigen el mismo derecho a estar en la calle. Es una sutil diferencia que se desliza en muchas ocasiones cuando, desde la Sevilla Oficial, se juzga como negativo que alguien se traiga un bocadillo de casa. No todo es enriquecimiento, por mucho que la teoría anglosajona que nos domina nos diga que se es más libre en tanto que más trabajas y ganas en tanto que así honras a Dios. Lo respeto, pero trasladarlo a una Semana Santa mercantilista es también atentar contra la esencia espiritual.
La pérdida de valores y la conversión de la Religión y la Espiritualidad en una pura excusa mercantilista.
Consecuencia de todo lo anterior es que estamos ante un territorio donde la Religión forma parte del espectáculo mediático y los cofrades son sus actores, para mayor gloria de un sistema mercantilista que, como ocurre siempre, deja en el camino a muchos que no pueden aspirar a él y, en consecuencia, se sienten con derecho a responder de manera poco constructiva. Y, a partir de aquí, se genera una radicalidad no siempre rechazada, que se mezcla también, como ocurrió en Sevilla, con la actuación de delincuentes habituales de poca monta. Frente a ellos, una población desacralizada y llena de miedos por lo que ven a diario en las noticias.
Además, llama la atención que se haya puesto el absoluto énfasis en actitudes de la Madrugá, que se parecen mucho a las que a diario viven miles de vecinos con la botellona, aislados del descanso y soportando la marginalidad a que se ven sometidos, sin entender por qué se les condena desde lo poderes públicos a no resolver su problema. Yo, personalmente, vivo situaciones complicadas a las 7 de la mañana de varios días de la semana, cuando me incorporo a mi trabajo y está cerrando una gran discoteca justo a lado. Tengo miedo de atropellar a alguien que me salga inopinadamente de una esquina o, como ya me ha ocurrido, presenciar una pelea en medio de la calle como algo normal. Tengo miedo porque sé que, pase lo que pase, tengo las de perder.
La incapacidad de los medios de comunicación de salirse del control de los poderes que les alimentan y, por lo tanto, convertirse en cómplices de una realidad inventada
Sí, los medios son cómplices. Son las pizarras sobre las que escribe el Poder, sin que seamos capaces de enviar a los ciudadanos que nos siguen alternativas reales a las situaciones antes descritas. Somos parte del sistema, no nos engañemos y así cavamos a diario la zanja del descrédito.
¿De verdad que lo ocurrido en la Madrugá fue sólo producto de una pelea en calle Arfe — sin detenidos– la actitud de 3 delincuentes habituales y unos jóvenes hasta arriba de alcohol? ¿De verdad? Yo creo que es mucho más. Lo ocurrido en la Madrugá es producto de un descrédito de una sociedad que se niega a entender que estamos cambiando porque no nos queda otra que cambiar para sobrevivir.
¿La solución? Como todo, compleja. Pero hay algo que hay que abordar desde ya porque lo vamos a pagar, a la larga, muy caro: el absoluto vasallaje al alcohol, que se vende y consume en todos sitios, sin orden ni concierto; sin distinción de edades y con las consecuencias que pudimos ver en la Madrugá. Si hay una droga que ha destruido familias y sociedades enteras, esa es la droga legal del alcohol que, por cierto, beneficia a unos pocos en detrimento de muchos.